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Alemania, la nítida

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S.E. Mr. Manuel Mejía Dalmau, Embajador de la Republica del Ecuador en Alemania.

Por S.E. Mr. Manuel Mejía Dalmau, Embajador del Ecuador en Alemania.

Sobrevolábamos la campiña alemana antes de aterrizar en Frankfurt  y mi compañero de asiento, viendo por la ventana uno de esos pueblitos que parecen de cuento, me preguntaba qué tal es Alemania, a lo que le contesté: si usted baja este rato a ese pueblito no encuentra un solo papel en el suelo, se lo apuesto.

No creo que fue muy generosa, y por lo tanto buena, mi explicación, pero no le mentí.

En Alemania, el orden es una forma de ser, la limpieza es parte de ese orden y todo ello termina siendo síntoma de respeto, de democracia, entre los germanos.

Hay algunos hábitos que todavía recuerdo de cuando joven vivía en Munich. Caminar a la izquierda de una persona más importante es uno de ellos. Presentar una persona de menor jerarquía a otra de mayor, es un  error. Pedir permiso antes de hablar es obligación de los niños y jóvenes frente a un grupo de personas mayores.

No decir “prost”, o sea brindar, antes de beber el primer sorbo de cerveza o vino, es de pésima educación; su falencia podría destrozar la tertulia que se estaba iniciando.

Decir que hace frío, o calor, es de mala educación. El interlocutor bien le podría contestar: “nosotros también sentimos la temperatura, no hace falta que nos la recuerde”. Y así.

Pero dentro de ese esquema, aparentemente sólo rígido, hay una montaña de sutilezas que sólo buscan hacer más grata la vida. Practicarlas se convierte en una necesidad.

Botar un papel al suelo es pues, una falta de respeto a los demás.

En Frankfurt llegamos a un hotelazo de esos que deben haber permanecido milagrosamente intactos después de la guerra, o fueron reconstruidos conservando sus detalles.  La ciudad, sede del primer parlamento alemán, es, como toda Alemania, nítida. Su catedral más bien simple, no así su ópera.

Goethe presente con la casa que guarda muchísimas de las vivencias de ese escritor que, gracias a un desamor, pudo ordenar sus obras, recluyéndose los últimos años de su existencia. Octogenario, Goethe había perdido la cabeza por una adolescente en Marienbad, sin que ella no le corresponda más allá de la admiración por el legendario hombre de letras.

Qué miedo enamorarse así de viejo …

En Frankfurt nos recibió el Cónsul Ad Honorem, un caballero alemán, acompañado de una estupenda y guapa española que luce ser la Gerente, Secretaria, Mariscal de Campo y Sargento del consulado.  Se llama Marina y es de esas personas que llegan enseguida, directa pero agradable, de esas latinas que contagian entusiasmo y tienen mucho que conversar.

Muy poco tiempo para disfrutar las exquisiteces de ese gran país.

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